El conocimiento de los misterios que oculta la Sabiduría Antigua no puede ser retenido, pues siendo su contenido energía ígnea proveniente de los Santos Lugares, debemos dejarla fluir libremente hacia la humanidad a través de la enseñanza y de la aplicación práctica en nuestras propias vidas, a fin de despertar las consciencias adormecidas.
Al analizar el tema que hemos presentado descubrimos que el signo de la Balanza es el símbolo más evidente del equilibrio. Un equilibrio necesario que elevará a estados de consciencia superiores a todos los seres que existen en la naturaleza y en particular al reino humano, a fin de poder situarnos por encima de los pares de opuestos y resurgir triunfantes de la lucha en que nos debatimos constantemente entre la luz y la oscuridad. En esta lucha va implícita la indecisión y el miedo, oscilamos de un platillo al otro de la balanza porque nos sentimos atraídos, ahora por los valores materiales, ahora por los espirituales.
La solución al problema no consiste en desplazarnos hacia un lado u otro, sino en situarnos por encima y en el mismo centro, en el fiel de la balanza. Justo en el punto de equilibrio.
Al unirse los opuestos surge algo nuevo y desconocido, tal como hizo el Logos de nuestro segundo universo al unificar Espíritu y Materia y crear el germen de la consciencia que infundió a su entera creación. Al igual como hace la humanidad en un nivel inferior de consciencia cuando un hombre y una mujer se unen físicamente para traer un hijo al mundo.
Cuando el Espíritu y la materia se unen, cuando la Vida y la forma entran en contacto, surge a la manifestación la Consciencia o Alma. Cuando el aspecto material y espiritual del ser humano se equilibran, la vida se proyecta hacia el centro de Síntesis donde todos los opuestos se reconcilian y desaparece el conflicto.
Esta es la meta del ser humano, llegar a equilibrar los pares de opuestos, pero únicamente podremos llegar a realizarlo si somos libres. Entonces ascenderemos la escala de la evolución buscando una libertad cada vez más trascendente, pues sin libertad no es posible la Liberación.
A medida que desarrollamos la mente, surge una mayor necesidad de libertad. Una libertad que tiene diferentes grados de expresión según el estado evolutivo alcanzado. Buscamos la libertad individual, la libertad de poder expresar lo que pensamos y hacer lo que nos apetece. Más adelante nos integramos en la sociedad y compartimos unos ideales similares de libertad nacional o mundial. Sin embargo, no podemos pretender ser libres si no somos responsables, pues la libertad para ser realmente creadora en todos los sentidos, precisa de una gran responsabilidad.
La responsabilidad es la primera manifestación del Alma o Yo superior, que surge por primera vez de forma natural y espontánea a través de la personalidad integrada en las personas de buena voluntad.
¿Qué significa ser responsables? Sencillamente, dar respuesta a todo cuanto llegue a nuestra vida. No desentendernos ni entrar en la indecisión porque lo único que esta indecisión produce es inseguridad, estancamiento y malestar propio y hacia nuestro entorno.
La mayoría de la humanidad vive en constante desequilibrio porque individualmente siempre está pendiente de sí misma y sin darse cuenta está limitando la expresión de su Yo superior cuya consciencia es grupal.
Únicamente depende de cada cual encontrar este centro de paz que surge cuando abrimos el corazón de par en par.
El cultivo de unos ideales superiores nos conducen a la Liberación. Ya no es un deseo de libertad personal lo que buscamos sino que este anhelo proviene de una demanda del Alma o Yo superior que se aproxima al centro de los opuestos con el fin de liberarse.
La mayoría de los seres humanos sabemos lo que significa la libertad en teoría, ya sea por conocimientos adquiridos o por propia experiencia, pero a partir de aquí nos preguntamos:
¿Cómo podemos liberarnos? ¿Qué significa la Liberación?
Cuando hemos experimentado al máximo con los apegos personales y nos seguimos sintiendo vacíos, llega una vida concreta en que nos damos cuenta de que hemos estado buscando la libertad por un camino equivocado. Nos hemos aprisionado nosotros mismos aislándonos de los demás, levantando barreras a nuestro alrededor para defender lo que creíamos que era la libertad, para llegar al final a la etapa actual en que la experiencia en el mundo de lo material ya no nos satisface. Entonces es cuando nos planteamos un cambio de rumbo en nuestros valores, porque en nuestro interior sigue habiendo una especie de añoranza de "algo" que en principio no reconocemos, pero que nos impulsa a buscar en la dirección opuesta a la que nos habíamos orientado hasta el momento. Esta añoranza es el recuerdo inconsciente de nuestros orígenes divinos hacia los cuales nos dirigimos.
Los valores materiales son temporales e ilusorios y jamás podrán llenar este vacío que sentimos en nuestro corazón. Únicamente los valores superiores son reales y permanentes y pueden ser contenidos en la cámara oculta del corazón.
En el centro cardíaco hallaremos la clave de la Liberación porque únicamente en este centro existe el perfecto equilibrio y la síntesis de todos los opuestos.
El centro cardíaco despierto abre la puerta al plano Búdico, el plano de la Unidad, para liberar a la humanidad del cuarto reino y abrirle la entrada al reino de las Almas liberadas.
La liberación no pertenece al alma humana o yo inferior hasta que se ha integrado la personalidad, se ha redimido a los elementales de los tres cuerpos y se ha entregado la vida al servicio de la humanidad.
Cuando el iniciado recibe la cuarta iniciación y se convierte en un Arhad, un Adepto dentro de la Jerarquía, libera al Ángel solar de su enorme sacrificio porque ha cumplido su misión de conducir al hombre hasta este Centro de Paz donde no existe la dualidad ni el conflicto, este centro es el plano Búdico.
Esta es la verdadera Liberación que los seres humanos vamos conquistando a través de infinidad de encarnaciones, incorporando paulatinamente en nuestras vidas esta paz que algunas veces sentimos cuando amamos sin motivo aparente y que surge de lo más hondo del corazón.
Marta ParramonElies